A ver, sí creo que existen los genes y que ellos determinan muchas cosas de nuestra biología.
Pero también creo que vivimos inmersos en una cultura de irresponsabilidad en la que lo normal es «echar balones fuera».
Empezamos desde pequeños con las típicas ideas de:
«Me suspendieron.»
«El profesor me tiene manía.»
Y acabamos usando la misma filosofía en nuestro trabajo, la situación política o nuestra salud.
Con esta mentalidad es normal que pensemos que casi todas nuestras características (físicas y de personalidad) son heredadas.
Como si en nuestros genes pudiera ir codificado ese gesto que hace nuestro abuelo, nuestro padre y que también hacemos nosotros.
No deja de sorprenderme la cantidad de cosas que se suelen atribuir a la herencia genética. Desde los gustos por la comida a tener una rodilla mala, caminar con un pie mirando hacia afuera, facilidad para ciencias o letras, tener migrañas u otras dolencias, etc.
De entrada, por lo que se sabe, no existen genes tan específicos, así que es muy poco probable que nada de eso sea «heredado» de nuestros progenitores.
Pero es que la inmensa mayoría de esas cosas que me dicen clientes o le oigo a la gente continuamente, se explican mucho más fácilmente con el aprendizaje.
Desde antes de nacer, nuestro cerebro está aprendiendo y cuando somos muy pequeños, la mayor parte de lo que aprendemos lo aprendemos copiando.

Imitación.
Y ni siquiera tenemos que copiar activamente. Cuando los niños aún no saben hablar, ni entienden el idioma materno, aprenden.
Esto se hace con un sistema que se descubrió hace algunos años, las «neuronas espejo».
Este sistema consiste en utilizar parte del cerebro para intentar simular lo que hace otra persona. Lo curioso es que esa misma red de neuronas que se usa para reproducir «virtualmente» lo que hace la otra persona, se usará para hacerlo luego nosotros.
Esto funciona tanto a nivel cognitivo, emocional como motor. De hecho, es la base de la «empatía».
Es un proceso que hace nuestro cerebro continuamente, sin que nos demos cuenta.
Esto es lo que hace que los niños, aprendan tantas cosas, sin darse cuenta y sin casi esfuerzo, copiando a los seres más cercanos. Sobre todo en los primeros años de vida.
Copiamos el idioma, el acento, expresiones, formas de reaccionar frente a acontecimientos, la forma de comer, de movernos, hábitos de sueño, de enfrentarnos al estrés, la forma en que nos sentamos, caminamos, expresiones faciales y un largo etcétera.
De ahí se puede explicar todas esas características supuestamente «heredadas» y de las que «no podemos hacer nada».
Pero, precisamente porque son aprendidas, podemos des-aprenderlas o aprender otras diferentes 😉
Por otro lado, cada vez está más claro que el entorno influye muchísimo en nuestras características físicas. Lo que comemos, bebemos, cómo nos movemos, lo que dormimos, el estrés al que nos sometemos, la calidad del aire que respiramos, nuestra exposición al sol y muchos otros factores pueden hacer que nuestros genes se «usen» o no.
Es lo que se llama «epigenética» y que explica por qué personas con un gen determinado tienen, o no, la característica física asociada a dicho gen.
En fin, que antes de decir que hemos heredado esto o lo otro de nuestros padres o abuelos, reflexionemos si no es más probable que lo hayamos aprendido o que compartamos el mismo entorno que les llevó a ellos tener dicha característica (típico ejemplo de padres obesos con niños obesos que comen todos los días con pizza y CocaCola).
Y hagámonos responsables de nuestras vidas y nuestra salud. Si el cómo somos no está «escrito en piedra», o en nuestro ADN, aprovechemos para cambiar lo que nos hace daño o no nos hace más felices.