El dolor crónico es un problema muy común entre las personas sedentarias. Entender los mecanismos del dolor puede ayudar a controlarlo o eliminarlo.
El otro día explicaba cómo el dolor no es una señal de daño físico, sino una alerta del cuerpo frente a un peligro percibido para hacer modificar nuestra forma de actuar.
En otras palabras, nuestro cerebro nos manda una señal de dolor para que cambiemos la postura o el movimiento que estamos haciendo porque, tras tener en cuenta muchos factores, ha percibido dicha actividad como potencialmente peligrosa.
Teniendo esto en mente será más fácil entender el concepto de «dolor aprendido».
A la hora de evaluar si una situación es potencialmente peligrosa se tienen en cuenta muchos factores: receptores del dolor, presión, temperatura, niveles de estrés, propiocepción, equilibrio, estado emocional…
Pero uno de los factores importantes que se tienen en cuenta es el recuerdo de esa situación en el pasado.
Nuestro cerebro está continuamente haciendo predicciones de los resultados de nuestras acciones basándose en nuestros recuerdos de situaciones similares. Luego compara los resultados obtenidos con las predicciones (expectativas) y guarda el recuerdo para la próxima situación similar.
Pero cuando se repite mucho un patrón (situación -> expectativas -> se cumplen expectativas), nuestro cerebro lo aprende y automatiza, para ahorrar tiempo y energía.
Si no que se lo digan a Pavlov y a su perro 😉
Pues esto también ocurre con el dolor.
De hecho, ocurre más con el dolor ya que está demostrado que los recuerdos con carga emocional fuerte tienden a fijarse más en la memoria que aquellos que no tienen. Y el dolor suele traer carga emocional…
Como resultado tenemos que si una postura o movimiento nos genera dolor con frecuencia, nuestro cerebro aprende que esa es una situación dolorosa y se puede llegar a saltar la parte de evaluar si realmente es necesario mandar la señal de dolor.
Por eso, muchas veces, tras haber sufrido un dolor durante un tiempo, por una lesión, al tiempo, a pesar de estar curados, seguimos teniendo dolor al vernos en la misma situación que nos causó la lesión.
Muchos de los dolores crónicos que tenemos son realmente aprendidos. Hemos ido aprendiendo que ciertas posturas o movimientos son dolorosos, aunque ya no estemos en peligro.
Cuando nos encontramos con estos casos, no basta con «curar» y fortalecer, también es necesario re-aprender que esas posiciones y movimientos NO son dolorosas.
La manera de hacer esto es ir reproduciendo esas situaciones de forma progresiva y controlada, evitando el dolor. Hasta que consigamos ir asociando la situación con una posición o movimiento sin dolor.
Lo más importante es que no haya dolor mientras hacemos el movimiento. La mejor manera es (si ya tenemos curada la lesión) realizar el movimiento de forma muy lenta y controlada, con bastante frecuencia. Con poca intensidad y de forma progresiva.
Ya habrá tiempo de meter intensidad, peso, velocidad o lo que haga falta.
Al principio lo importante es re-aprender y convencer a nuestro sistema nervioso central de que realmente estamos curados y que no hay peligro.