Ya he comentado alguna vez que la función principal de nuestro cerebro es la supervivencia. Por esa razón es extremadamente protector y «miedica».
De cara a la supervivencia, es mejor equivocarse de precavido que equivocarse y morir.
Así que siempre tirará de la opción conservadora, temiendo todo lo que desconoce y, por tanto, es un peligro potencial.
En nuestro día a día y nuestra vida moderna, esto puede llegar a ser un problema, pero no deja de tener sentido en el contexto biológico y evolutivo.
En su papel protector, el cerebro tiene diferentes formas de protegernos de nosotros mismos.
Algunas de ellas las explicaba aquí, cuando hablaba de la diferencia entre sensación y percepción:
El dolor, la fatiga, la sed, el hambre o, incluso, mareos son percepciones que crea nuestro cerebro para decirnos que debemos hacer o dejar de hacer algo.
Un ejemplo que siempre me ha resultado muy curioso es el de la gente que «necesita» un café para despertarse por las mañanas y tras el primer sorbo, parece que ya empieza a funcionar todo.
Evidentemente, el café aún no ha llegado a la sangre y mucho menos al cerebro, pero el objetivo está conseguido, que era hacernos ingerir nuestra «dosis» de cafeína. Así que el cerebro se tranquiliza y deja de mandarnos la señal (percepción) de que tenemos que tomar café.
Lo mismo pasa con la sed, la necesidad de tomar azúcar o lo que sea. Una vez el cerebro ve cumplida su misión, no espera a que lleguen los nutrientes a su destino, simplemente confía en que, una vez en el cuerpo, seguirán su proceso natural.
Limitarnos para protegernos
Otra forma que tiene el cerebro de protegernos es crear limitaciones.
Como explico en este artículo, el sistema nervioso tiene un papel muy importante en la contracción muscular y en el movimiento.
Puede contraer fibras musculares, relajarlas, regular la fuerza o intensidad con la que se contrae un músculo, etc.
Gracias a toda la información que le llega al cerebro desde los músculos, tendones, fascias, articulaciones y piel de lo que va ocurriendo mientras nos movemos, podemos re-evaluar la fuerza que debemos hacer o correcciones en los movimientos.
Pero también podemos detectar si tenemos la fuerza suficiente para realizar un movimiento, mantener una postura o controlar el movimiento en una articulación.
El problema es que si nuestro cerebro, con dicha información, duda si somos capaces, hará todo lo posible para evitar el movimiento potencialmente peligroso.
Recordemos la naturaleza conservadora y «miedica» de nuestro cerebro. Ni siquiera tiene que ser seguro que no podemos realizar el movimiento o mantener la postura, le basta con una pequeña duda.
Algunas de las estrategias que usará en estos casos, para protegernos, serían:
- Mandar una señal de dolor.
- Mandar una señal de fatiga.
- Mandar una señal de desequilibrio.
- Reducir la fuerza en los músculos implicados.
- Bloquear el músculo (temporal o semi-permanentemente).
De las primeras ya hablé un poco antes, así que me centraré más en las 2 últimas.
De todas formas, un ejemplo con la señal de fatiga es cuando no tenemos unos músculos respiratorios resistentes y hacemos alguna actividad intensa.
Puede que los músculos que estamos usando (cuádriceps, pectorales, dorsales, los que sean) tengan aún fuerza y energía, pero si nuestro sistema nervioso detecta que los músculos que se encargan de asegurar la entrada de aire están cansados, dejarnos seguir corriendo, remando, pedaleando o levantando peso, puede ser peligroso.
Puede que se acabe el suministro de oxígeno cuando más lo necesitemos.
Así que mandará la señal de fatiga (o reducirá la fuerza en dichos músculos), incluso cuando los músculos van sobrados de energía.
Por otro lado, un ejemplo de reducir nuestra fuerza para protegernos sería el de hacer dominadas teniendo poca fuerza de agarre en las manos.
La diferencia entre la fuerza percibida que somos capaces de generar con nuestros músculos principales en el movimiento (dorsal ancho) un agarre del que nos sentimos seguros, respecto a hacerlo con un agarre más débil, es considerable.
Y ya no es sólo que no nos aguanten las manos, es que realmente nos notamos más débiles en los músculos de la espalda.
Si lo miramos desde el punto de vista de la supervivencia, ¿cómo de buena idea sería dejarnos tirar de nuestro peso y subir, si puede que a mitad de camino se nos suelten las manos?
Lo mismo pasa en el peso muerto o cualquier movimiento en el que nuestras manos tengan que tirar de un peso.
Movilidad y contracturas
El último punto anterior es el de «Bloquear el músculo (temporal o semi-permanentemente)».
Aquí entrarían los músculos acortados y las contracturas.
La mayor parte de las veces, un músculo «acortado» no es más que un músculo bloqueado por nuestro sistema nervioso para que no se estire más allá de lo que considera prudente. Es decir, del rango en el que es fuerte.
Ir más allá podría crear inestabilidad en la articulación, roturas de fibras o algún otro estropicio.
Puede que no lo haga pero, como vimos antes, al cerebro le vale con la duda 😉
«Más vale prevenir que curar»
Aquí hable de esto en más detalle:
En el caso de las contracturas pasa algo parecido. Frecuentemente son un mecanismo para proteger un músculo o articulación.
Si un músculo está muy fatigado y no va a poder seguir haciendo lo que le pedimos, nuestro cerebro le mandará una señal para «trincarse» (evitar la contracción o relajación) y así evitar posibles peligros.
Normalmente no contraemos todas las fibras musculares de un mismo músculo a la vez, así que generalmente se «contraen», solo algunos grupos de fibras musculares.
Esta fatiga suele darse en músculos pequeños que hacen el trabajo de músculos más grandes, pero que están menos «activos».
Quizás el caso más típico es el del músculo «piramidal» (o piriforme) que trabaja incansablemente para hacer el trabajo de sus vecinos los glúteos. Unos músculos grandes y potentes, pero que hemos olvidado de cómo usarlos y que suelen estar dormidos todo el día.

Músculo piramidal y sus vecinos.
Otras veces no es que esté fatigado el músculo, sino que reacciona ante un movimiento brusco o un movimiento en el que tiene que hacer mucha más fuerza de la que tiene y se contrae para protegerse de ese o posibles movimientos similares.
En todos estos casos, no existe un problema físico (salvo la falta de fuerza o de usar los músculos correctos), sino una señal de protección para una situación concreta.
La solución pasa por convencer al sistema nervioso de que todo está bien y de que ya no necesita «bloquear» a esas fibras musculares.
Y quien dice convencer, dice «reiniciar» o hacer que se olvide.
Por eso técnicas como presionar o pinchar (punción seca) suele ayudar en estos casos. Le damos un estímulo muy intenso a el sistema nervioso en esa zona y intentando «reiniciarlo» y que vuelva a su funcionamiento normal.
Lo importante es entender que salvo casos muy puntuales, muchas de estas dolencias son señales de nuestro cerebro miedoso, para protegernos.
Sabiendo esto podemos entender mejor lo que nos pasa y buscar interpretar estas señales en vez de asumir que tenemos problemas o que nuestro cuerpo nos está fallando.
Pero lo que tenemos que tener bien claro es que esas señales de protección las manda el cerebro por algo. Por mucho que quitemos contracturas, estiremos músculos acortados y otros intentos de «solucionar» estos mecanismos de protección, si no solucionamos aquello que hace que nuestro cerebro crea que debe protegernos, los mecanismos seguirán apareciendo.
Es más, quitar la protección, puede crear un problema mayor.