Los calambres musculares o tirones (en inglés «cramps») son dolorosos y molestos. Pero lo peor es que no solemos saber lo que son ni por qué ocurren.
Se nos «sube» la bola del gemelo, se nos «monta» un músculo en la planta del pie o unos dedos con otros. Estos son algunos de los más comunes, pero nos puede pasar en cualquier músculo del cuerpo.
Sabemos que la fatiga, un desequilibrio en los electrolitos (déficit o exceso de potasio, sodio, magnesio…) o deshidratación puede producirlos o hacer que sea más probable que nos den, pero saber qué son nos puede ayudar a reducirlos y a que nos afecten menos cuando nos den.
El calambre es una contracción máxima y descontrolada de un grupo de fibras musculares.
Es importante saber que, salvo casos muy extremos, el calambre no genera daño físico ni supone un peligro.
Esto es importante porque, como hemos visto alguna vez, el dolor tiene que ver más con las expectativas que tenemos y la percepción de lo que nos pasa que con daño real. Así que mientras más veamos el calambre como un peligro, más nos dolerá.
Como decía, el calambre es una contracción máxima y es que precisamente ocurre en el último rango de contracción del músculo. Normalmente ese rango es poco conocido por nuestro sistema nervioso. Es un área inexplorada de nuestro músculo.
Ahí es donde entra la parte de contracción descontrolada. Nuestro cerebro no conoce ese último tramo de contracción del músculo y no sabe cómo manejarlo. Así que manda una «señal masiva» para «explorar» y ver qué pasa.
Es un poco como si nuestro cerebro tuviera un radar y mandara señales para ir mapeando todas esas áreas desconocidas.
Otra forma de verlo es pensar en un panel de botones que controlan el volumen de varios altavoces, pero no sabes qué botón va con qué altavoz. Así que le das a todos los botones y escuchas a ver de dónde viene el sonido.
Sonarán todos y será un escándalo, pero te dará pistas sobre qué el altavoz es el que buscas y su botón. Con esas pistas irás apretando cada vez menos botones, hasta que localices el que buscas.
Nuestro sistema nervioso hace algo parecido. Manda la señal de contraerse a todas las fibras de esa zona y a la máxima intensidad, para ver la respuesta. Con esa información, empieza a afinar sus próximas señales hasta que consiga identificar bien las fibras que tiene que llamar y con qué intensidad para hacer el movimiento esperado de forma controlada.
Como siempre, no se trata de un «fallo del sistema», sino de un mecanismo lógico de nuestro cuerpo para adaptarse a nuestras demandas.
¿Qué podemos hacer?
Pues tener claro que es un proceso natural y que no supone un riesgo para nosotros (esto reducirá el dolor percibido) y exponernos de forma gradual y controlada a ellos.
Tenemos que usar poco a poco esas «áreas inexploradas» de nuestros músculos para que nuestro cerebro las vaya «mapeando» y no necesite mandar esas señales masivas.
Y cuando nos pase, no huyamos el calambre, respiremos profundo, recordemos que no es peligroso e intentemos ser más conscientes de lo que nos está pasando. Es importante aprovechar esa experiencia y aprender de ella para que la próxima vez, sea más familiar.
Puede ayudarnos tocar o presionar la zona. Eso aumenta nuestra propiocepción o capacidad del músculo de sentirse a sí mismo.
También tratar de contraer y relajar poco a poco ese músculo, pero sin intentar moverlo. Para lo mismo, aumentar la capacidad del músculo de sentirse a sí mismo y nuestro mapa mental sobre el mismo.